FREUD
LA NEGACIÓN
1925
La forma en que nuestros pacientes producen sus asociaciones espontáneas en el curso de la labor analÃtica nos procura ocasión de interesantes observaciones. "Va usted a creer ahora que quiero decir algo ofensivo para usted, pero le aseguro que no es tal mi intención". En semejante manifestación del sujeto vemos la repulsa, por medio de una proyección sobre nuestra persona, de una asociación emergente en aquel momento. O: "Me pregunta usted quién puede ser esa persona de mi sueño. Mi madre, desde luego, no." Y nosotros rectificamos: "Se trata seguramente de la madre." En la interpretación nos tomamos la libertad de prescindir de la negación y acoger tan sólo el contenido estricto de las asociaciones.
Es como si el paciente hubiera dicho: "A la persona de mi sueño he asociado realmente la de mi madre, pero me disgusta dar por buena tal asociación."
El contenido de una imagen o un pensamiento reprimidos pueden, pues, abrirse paso hasta la conciencia, bajo la condición de ser negados. La negación es una forma de percatación de lo reprimido; en realidad, supone ya un alzamiento de la represión, aunque no, desde luego, una aceptación de lo reprimido. Vemos cómo la función intelectual se separa en este punto del proceso afectivo.
Con ayuda de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia.
Dado que la misión de la función intelectual del juicio es negar o afirmar contenidos ideológicos, las consideraciones que preceden nos conducen al origen psicológico de esta función. Negar algo en nuestro juicio equivale, en el fondo, a decir: "Esto es algo que me gustarÃa reprimir". El enjuiciamiento es el sustitutivo intelectual de la represión, y su "no", un signo distintivo de la misma, un certificado de origen, algo asà como el made in Germany. Por medio del sÃmbolo de la negación se liberta el pensamiento de las restricciones de la represión y se enriquece con elementos de los que no puede prescindir para su función.
La función del juicio ha de tomar, esencialmente, dos decisiones.
Ha de atribuir o negar a una cosa una cualidad y ha de conceder o negar a una imagen la existencia en la realidad. La cualidad sobre la que ha de decidir pudo ser, originalmente, buena o mala, útil o nociva. O dicho en el lenguaje de los impulsos instintivos orales más primitivos: "Esto lo introduciré en mÃ" y "esto lo excluiré de mÃ". O sea: "Debe estar dentro de mÃ" o "fuera de mÃ". El yo primitivo, regido por el principio del placer, quiere introyectarse todo lo bueno y expulsar de sà todo lo malo. Lo malo, lo ajeno al yo y lo exterior son para él, en un principio, idénticos.
La otra decisión de la función del juicio, la referente a la existencia real de un objeto imaginado (test de realidad), es un interés del yo real definitivo, que se desarrolla partiendo del yo inicial regido por el principio del placer. No se trata ya de si algo percibido (un objeto) ha de ser o no acogido en el yo, sino de si algo existente en el yo como imagen puede ser también vuelto a hallar en la percepción (realidad). Como puede verse, es ésta, de nuevo, una cuestión de lo exterior y lo interior. Lo irreal, simplemente imaginado, subjetivo, existe sólo dentro; lo otro, real, existe también fuera. En esta etapa del desarrollo ha dejado ya de tenerse en cuenta el principio del placer. La experiencia ha enseñado que lo importante no es sólo que una cosa (objeto de satisfacción) posea la cualidad "buena" y, por tanto, que merece ser incorporada dentro del yo, sino también que exista en el mundo exterior, de modo que pueda uno apoderarse de ella en caso necesario. Para comprender este progreso hemos de recordar que todas la imágenes proceden de percepciones y son repeticiones de las mismas. Asà pues, originalmente, la existencia de una imagen es ya una garantÃa de la realidad de lo representado. La antÃtesis entre lo subjetivo y lo objetivo no existe en un principio. Se constituye luego por cuanto el pensamiento posee la facultad de hacer de nuevo presente, por reproducción en la imagen, algo una vez percibido, sin que el objeto tenga que continuar existiendo fuera. La primera y más inmediata finalidad del examen de la realidad no es, pues, hallar en la percepción real un objeto correspondiente al imaginado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que aún existe. Otra aportación a la separación entre lo subjetivo y lo objetivo proviene de una distinta facultad del pensamiento. La reproducción de una percepción como imagen no es siempre su repetición exacta y fiel, puede estar modificada por omisiones y alterada por la fusión de distintos elementos. El examen de la realidad debe entonces comprobar hasta dónde alcanzan tales deformaciones.
Pero descubrimos, como condición del desarrollo del examen de la realidad, la pérdida de objetos que un dÃa procuraron una satisfacción real.
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